30 de junio de 2013

De camino al Gobi.

La casi inexistencia de carreteras y el ineficiente sistema de transporte público, nos obligó a tomar la decisión de alquilar un vehículo con chofer y guía, para poder recorrer durante siete días el desierto de Gobi. 
Suele ser habitual entre los que viajamos largo tiempo y nos vamos encontrando por el camino, reducir gastos juntándose para viajar, así que junto a Axel y Darío, un argentino y un italiano que conocimos en Rusia, emprendemos viaje hacia el sur en una vieja furgoneta rusa UAZ 4x4. 
Polvo, baches y paisajes increíbles. Verde y azul, sólo verde y azul interrumpido por el blanco de los ger (viviendas nómadas) y por el marrón de los grandes rebaños.
Parada en un ger habilitado como restaurante de carretera y primer contacto con la comida casera mongola; pasta con cordero, algo graso pero bueno.
Seguimos hacia el sur y el paisaje empieza a amarillear, aparecen las primeras montañas hasta que la aridez empieza a dominar. Por fin llegamos a un pequeño pueblo con un monasterio y unas cuantas casas y gers.
Durante el camino, conversaciones con nuestros compañeros de viaje, paradas para fotografiar el inmenso paisaje y muchos momentos para contemplar.
De nuevo en ruta, el marrón y el gris del suelo se extiende hasta el infinito. Aunque la temperatura es fresca, la luz crea falsas ilusiones en el horizonte.
Algunos cadáveres esparcidos por el suelo nos recuerdan la dureza del lugar.
El paisaje cada día va cambiando, aparecen unas montañas rojizas de arenisca; pequeñas sorpresas que rompen la monotonía del paisaje.




































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